Alma
Lago
Salgo de clase y como
siempre las miradas de todos recaen sobre mí. Agacho la cabeza y sigo andando
hacia la cafetería ignorando las risitas que escucho a mi alrededor.
—Oye Alma, hoy estás
más guapa que el resto de días.
—Es verdad, ¿te has
hecho algo nuevo? —oigo como se ríen.
Claro que no me he hecho nada, llevo el uniforme igual que todos aquí.
No sé porque mi padre no me deja ir a un instituto normal como el resto de
adolescentes. Desde que ocurrió lo de mamá el año pasado no me deja hacer
prácticamente nada, no quiero estar en su urna de cristal pero, no tengo
elección.
—Es de mala educación
no responder Almita —. Se siguen riendo de mí y persiguiéndome, yo nunca les
digo nada y solo pido que me dejen en paz. Pero parece ser que eso nunca va a
suceder.
—No me he hecho nada
nuevo, estoy como siempre —murmuro despacio aunque sé que me han escuchado. Si
fuese mi hermana Vanessa, esto no me sucedería. Ella es perfecta, rubia y
hermosa. Yo en cambio soy… todo lo contrario. Un bicho raro que da miedo, así
me llaman aquí en el instituto y en la calle.
Todos se ríen porque mi padre tiene una enorme industria cosméticos. Las
modelos están siempre perfectas y mi hermana el día de mañana será una más.
Pero yo no lo seré nunca.
Siento como alguien
me empuja, levanto la vista del suelo y veo al mismo grupo de siempre. Ellos la
han tomado conmigo desde el primer día de instituto.
—Sí que tienes algo
diferente en la cara, ahora lo verás —. Levanta su puño para estamparlo
directamente sobre mi cara sin importar que pueda romper mis gafas. Soy incapaz
de moverme, solamente cierro los ojos y espero el impacto…
Me levanto sobresaltada con la respiración acelerada y
entrecortada. Esa pesadilla me ha perseguido desde que mi memoria alcanza. Soy
una mujer adulta y aun así sigo sintiéndome como el bicho raro del instituto.
—Otra pesadilla ¿no? Creo que ya ha pasado demasiado
tiempo como para que te sigas atormentando Alma —me sobresalto al escuchar la
voz de mi hermano Quique. Le busco con la mirada y le encuentro de pie junto al
enorme ventanal que ilumina mi habitación. De todos mis hermanos, es el que
mejor me entiende.
—Lo sé, pero no lo puedo evitar. Tal vez necesite un
psicólogo —intento quitarle hierro al asunto. Se vuelve y me mira fijamente,
mirar sus ojos es como mirar los míos. En eso nos parecemos aunque él es
mellizo de Carlos, mi otro hermano.
—Necesitas salir de aquí. Hasta tus cuadros se han vuelto
más sombríos y eso no me gusta. Mi hermana es alguien alegre y optimista o al
menos lo eras. Nunca debí haberme marchado cuando sucedió lo de mamá. Fui
egoísta al dejarte aquí sola con un hombre dolido con el mundo y teniendo que
pasar sola por la pérdida de nuestra madre y por el bullying al que te sometían
tus compañeros.
Me levanto y voy hacia dónde está mi hermano, para qué
mentir, es mi favorito. Sin pensármelo dos veces rodeo su cintura con mis
brazos y me aprieto contra él que me abraza encantado.
—No te sientas culpable Quique, las cosas sucedieron como
tenían que suceder. Hoy hace un día increíble así que voy a hacerte caso y a
salir —. Él niega con la cabeza pero me sonríe, le devuelvo la sonrisa y nos
separamos.
—Te espero para desayunar, ya se han ido todos así que
estamos solos —me guiña un ojo y yo le lanzo un beso al aire cuando sale por la
puerta. Si no fuese por él no sé lo que hubiera sido de mí. Me meto en el baño y me ducho rápidamente,
esta es una forma eficaz de que la pesadilla me deje tranquila y quede solo
como un mal recuerdo.
Me pongo las gafas de vista y me empiezo a secar el pelo,
aunque hace un sol maravilloso no quiero arriesgarme a coger un resfriado. Cuando salgo, cojo la ropa que hay en el
armario, lo mismo de siempre, unos vaqueros y una camiseta. Me recojo el pelo
en una coleta baja, cojo mi mochila con todos los lápices de colores y demás y
bajo a desayunar con mi hermano.
—Parece que te has tomado en serio eso de salir de aquí
—dice divertido. Mi hermano es un hombre muy guapo, no entiendo cómo es que no
ha tenido novia o al menos no que yo sepa. Le sonrío y me siento frente a él.
Desayunamos charlando animadamente, esto no sucede cuando estamos todos.
—Por lo menos hoy no estamos solas Alma, es una suerte
que puedas quedarte una temporada en casa Quique —. María, la mujer que nos ha
cuidado a todos, aparece con dos tazas de chocolate caliente. Esa es su
respuesta a todo problema. Ayudó a mi madre con mis hermanos y a mí me ha
cuidado desde que mamá nos dejó. La adoro y ella nos adora a todos por igual,
hasta a nuestro padre que la trata como si no fuese nadie. Supongo que sigue
encerrado en el dolor de haber perdido a la mujer amada.
—Londres es una ciudad con encanto pero triste, además
hace años que vivo solo y necesitaba un poco de compañía.
—Y has aprovechado esta semana que sabías que solo estaríamos
Alma y yo ¿verdad? —. A María no se le escapa una. Mi hermano Carlos o Carl que
es como quiere que le llamen, trabaja con papá en “Cosméticos Lago”. Es su mano
derecha y mi hermana Vanessa es la cara de todos los anuncios publicitarios de
esta empresa. En cambio, Quique y yo somos más de arte. Yo pinto y él escribe,
aunque en otra época fue fotógrafo y trabajó con la familia. Pero con la muerte
de mamá todo cambió y él necesitó tiempo, distancia.
—Sí, hasta creo que tengo una idea para escribir una buena
novela. Eso haré, ¿tú dónde vas Alma? —seguramente se quiere asegurar de que
estaré bien.
—No lo sé, donde el viento me lleve —. Ambos sonreímos
porque esa es nuestra frase favorita, no sé de donde salió pero es nuestro
código secreto. Ambos terminamos de
desayunar escuchando encantados a María, nos recuerda anécdotas de nuestra
infancia y reímos sin para los tres.
—Bueno me voy a escribir un poco, que tengas un día
increíble Alma.
—Gracias hermanito, te deseo lo mismo —le doy un beso en
la mejilla y nos abrazamos antes de ir cada uno por su camino.
Me subo al autobús que pasa dos calles más allá de mi
casa. Aunque tenemos mucho dinero prefiero el medio público, me gusta observar
a la gente porque a mí nadie me mira, nadie me observa y nadie se da cuenta de
que existo.
Cuando me entran ganas, bajo del autobús y miro a mi
alrededor. Por algún motivo u otro siempre termino en este fantástico lugar y
la verdad es que me encanta. “La ciudad de las artes y las ciencias” es algo
bastante emblemático de Valencia y es fascinante. Recuerdo haber venido aquí
con la familia a pasar muchas tardes pero esos recuerdos son pocos porque
últimamente siempre vengo sola. Decidida y cargada con mi mochila entro y
saludo a las chicas de la entrada, ya nos conocemos. Por eso en muchas
ocasiones en las que no hay apenas gente me dejan entrar sin pagar por ello.
Son muy amables. Recorro todas las salas que me gustan y me dejo envolver por
la magia que desprende cada pared en este lugar.
Tardo unas horas pero lo recorro más o menos. Salgo por
la puerta y me siento junto a la pequeña balsa de agua azulada que envuelve el
lugar. Saco de la mochila los colores y el blog de dibujo, empiezo a trazar
rectas, círculos y demás. Simplemente, me dejo llevar. Cuando me doy cuenta he
dibujado un paisaje lleno de vida y color. Algo hermoso aunque no todos los
ojos van a ser capaces de apreciarlo porque no todo es verde, también hay
marrón y amarillo. Hay nubes en lugar de sol y tiene un aire triste, “al igual
que yo” pienso interiormente.
—Sabía que te encontraría aquí —. La voz de mi hermano
Quique me devuelve a la realidad. Se sienta a mi lado y observa lo que he
dibujado. —Sigo viendo tristeza Alma. No me refería a que vinieses aquí cuando
he dicho lo de salir de allí. Me refería a irnos de Valencia —sus palabras me
dejan sorprendida, no esperaba esto la verdad. Sé que él está acostumbrado a
vivir a su aire pero yo nunca he salido de aquí, tal vez tiene razón y con mis
veintitrés años ha llegado el momento de descubrir el mundo.
Marco
Dante
—Sonríe, ahora muéstrate distante. Quiero que parezcas un
chico malo, eso no te debe costar demasiado. Por todos es sabido que eres un
rompecorazones —el maldito fotógrafo no se calla la boca. Estoy hasta las
narices de sus órdenes.
—Creo que ya tenemos suficientes fotos por hoy —. Por fin
alguien ha dicho algo, este tipo es el peor fotógrafo de la historia.
—Me largo, ha sido la peor sesión de fotos del mundo. La
próxima vez si lo contratas a él no me contrates a mí.
—Mañana tenemos otra sesión de fotos Marco —. Tengo un
contrato firmado y él es el jefe pero a mí no me ordena nada nadie.
—Pues despídele y volveré de lo contrario no me esperes
mañana —sin esperar respuesta cojo mi chaqueta y me largo camino al hotel.
Adoro esta ciudad porque es la mía, Roma es increíble en todos los sentidos.
Pero me tengo que quedar en un hotel porque solo estoy de paso. Escucho los
gritos del jefe, parece que mañana tendré que volver porque ha despedido al
imbécil del fotógrafo. Sonrío abiertamente, otra vez me he salido con la mía.
Cuando cruzo la puerta que da al vestíbulo del hotel la
chica de recepción me mira embobada. Le pido la llave y me la tiende nerviosa.
Tomo su mano entre las mías y cuando me mira fijamente aprovecho para decirle
lo que pienso.
—Olvídalo, ni en un millón de años me fijaría en alguien
tan simple como tú —le sonrío y me alejo dejándola descolocada y dolida. Soy
demasiado guapo e importante para relacionarme con gente que no está a mi
altura. Entro en mi habitación y lleno el yacusi. No hay nada más relajante
después de un duro día de trabajo que poder meterse en el agua tibia con mucha
espuma.
Empiezo a quitarme la ropa lentamente. Cuando el yacusi
está lleno me meto y me relajo. En pocos días voy a tener que hacer el equipaje
de nuevo, al menos en la próxima campaña estaré con una modelo que ya conozco y
con la que me he visto en repetidas ocasiones. Esa sí es una diosa. Rubia, ojos
claros, sin un gramo de grasa en el cuerpo escultural. No entiendo como no
existen más mujeres como ella, esas son las que los hombres volteamos a ver, no
las chicas corrientes.
Llaman a la puerta, salgo del yacusi de mal humor, bueno
en realidad pocas veces estoy de buen humor. Abro la puerta y está el chico del
servicio de habitaciones. No he pedido nada pero lo acepto, seguro es de alguna
admiradora. Veo que hay una caja de bombones, la abro y está vacía, solo
contiene una nota.
“Sí el espejo reflejase lo que hay en el alma de las
personas, tú verías un monstruo”. Cierro la caja y la lanzo contra la pared, me
siento en el sofá con la nota entre las manos. Reconozco esta frase a la
perfección, la ha mandado mi abuela junto con la caja de chocolates que
solíamos comer juntos. Miro mi reflejo en el espejo y aparto la vista de mi
reflejo, las palabras de la nota no dejan de flotar en mi cabeza.
Quique Lago (Hermano de Alma)