miércoles, 29 de octubre de 2014

Mordisco

Rojo, de ese color es todo lo que me rodea. No puedo evitar mirar hacia atrás mientras siento que mis piernas están a punto de partirse. No puedo correr más rápido pero tampoco puedo parar. Si lo hago sé lo que sucederá.
Intento que mi mente se concentre en correr para alejarse de lo que sea eso, ni siquiera podría describirlo, solo sé que me da mucho miedo y que ha descuartizado a mis amigos. Nunca estuve de acuerdo con venir de noche al bosque, las acampadas me dan mal rollo y esta vez la película de miedo la estoy viviendo en primera persona. Todavía puedo escuchar sus gritos mientras ese monstruo separaba sus extremidades del resto de sus cuerpos, no sé cómo he podido salir corriendo, supongo que el instinto de supervivencia se ha adueñado de mí.
Oigo su respiración detrás de mí, sigo corriendo pero me falta el aire. Me vuelvo para mirar si me sigue, tropiezo y caigo de bruces contra el suelo. Las piedras se clavan en mi piel haciéndome pequeñas heridas. Siento que ya no puedo más. Sus pasos se detienen y me vuelvo lentamente. Unos ojos rojos me miran y se abalanza sobre mí. Cierro los ojos con fuerza e intento luchar aunque sé que es en vano. Sus dientes se clavan en mi garganta y con ese mordisco desgarra parte de mi piel.
La sangre caliente escapa de mi cuerpo, intento sacar fuerzas de donde sea pero no lo consigo. Miro fijamente la cara del monstruo y soy consciente de que ha llegado el fin, todo termina aquí. Levanta una de sus garras, cierro los ojos esperando el impacto y preparada para que suceda lo que tenga que suceder.
—Tranquila, no dolerá tanto —abro los ojos al escuchar esa voz, la reconozco. He dormido con el dueño de ella todas estas noches y le he besado al despertar. Sus pupilas ya no son azules, ahora son rojas y sus labios están manchados de sangre, la mía y la de mis amigos.

—¡Tú! 

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