
Intento que mi mente se concentre en correr para alejarse
de lo que sea eso, ni siquiera podría describirlo, solo sé que me da mucho
miedo y que ha descuartizado a mis amigos. Nunca estuve de acuerdo con venir de
noche al bosque, las acampadas me dan mal rollo y esta vez la película de miedo
la estoy viviendo en primera persona. Todavía puedo escuchar sus gritos
mientras ese monstruo separaba sus extremidades del resto de sus cuerpos, no sé
cómo he podido salir corriendo, supongo que el instinto de supervivencia se ha
adueñado de mí.
Oigo su respiración detrás de mí, sigo corriendo pero me
falta el aire. Me vuelvo para mirar si me sigue, tropiezo y caigo de bruces
contra el suelo. Las piedras se clavan en mi piel haciéndome pequeñas heridas. Siento
que ya no puedo más. Sus pasos se detienen y me vuelvo lentamente. Unos ojos
rojos me miran y se abalanza sobre mí. Cierro los ojos con fuerza e intento
luchar aunque sé que es en vano. Sus dientes se clavan en mi garganta y con ese
mordisco desgarra parte de mi piel.
La sangre caliente escapa de mi cuerpo, intento sacar
fuerzas de donde sea pero no lo consigo. Miro fijamente la cara del monstruo y
soy consciente de que ha llegado el fin, todo termina aquí. Levanta una de sus
garras, cierro los ojos esperando el impacto y preparada para que suceda lo que
tenga que suceder.
—Tranquila, no dolerá tanto —abro los ojos al escuchar
esa voz, la reconozco. He dormido con el dueño de ella todas estas noches y le
he besado al despertar. Sus pupilas ya no son azules, ahora son rojas y sus
labios están manchados de sangre, la mía y la de mis amigos.
—¡Tú!
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