jueves, 18 de septiembre de 2014

El hombre de la noche

La gente sale a la calle como cada ocho de septiembre. El cielo en Oviedo está encapotado como la mayoría de días, el clima es fresco y la ciudad tiene un gran encanto. Es uno de los lugares con más vegetación de España y siempre disfruto con las vistas de la naturaleza y la hierba verde.
Voy de camino al trabajo, hoy será un día duro en el restaurante. Todo Asturias está de celebración y el restaurante donde trabajo es el que mejor hace los platos típicos de estas tierras; callos a la asturiana, churrasco y no puedo olvidarme del queso artesano tan importante. Soy el ayudante del cocinero desde hace mucho tiempo y sé que el día de hoy será de locos.
Empiezo a ayudar a mi jefe Paco con las mesas y toda la organización de la cocina. A la hora de la comida empieza a entrar gente.
—Vamos Gabriel, es el momento de la verdad— mi jefe golpea suavemente mi hombro y yo asiento con una gran sonrisa, me encanta mi trabajo sobretodo porque veo a muchísima gente. Interactuar con ellos es lo más maravilloso que existe: ancianos, adultos y niños son mis clientes habituales.
Paso todo el día entre gente y cuando me necesitan en la cocina ayudo sin ningún tipo de problema.
Respiro hondo, estoy cansado ya que no duermo mucho últimamente desde que la voz de mi cabeza no deja de hablar. La mantengo alejada todo el día pero cuando el sol se esconde esa horripilante voz vuelve a la carga y mi cabeza se llena de ideas que me ponen los pelos de punta. Es una voz siniestra, con algo maligno y que lleva conmigo desde que tengo uso de razón.
— ¡Gabriel!— el grito de mi jefe, me hace volver a la realidad. Miro mi mano y veo como tengo fuertemente el mango del cuchillo. Lo suelto de repente y le miro sin saber muy bien que me ha pasado.
— ¿Qué ocurre?
—No sé dónde andas pero espabila, es la hora de la cena y esto está lleno— asiento y termino de picar las verduras. Luego salgo para atender mesas y miro por la ventana, el sol se ha escondido y ahora la oscuridad invade las calles de Oviedo. Solamente las noches como la de hoy trabajo por la noche, no quiero estar cerca de gente cuando la voz empieza a resonar en mi cabeza, pero esta noche no lo he podido impedir.
Niego lentamente con la cabeza, si me mantengo ocupado la mantendré a raya o al menos eso es de lo que intento convencerme. Entro al comedor que está a rebosar de familias, parejas y grupos de amigos. Los gritos de los niños llegan a mis oídos y un dolor punzante empieza a martillearme la cabeza. Todo se empieza a mover a mi alrededor y necesito apoyarme en la barra para no caerme. Tomo aire y me dispongo a hacer mi trabajo. Voz mantente alejada esta noche, por favor; murmuro para mis adentros.
Me acerco a la mesa donde está una familia con varios niños, dibujo en mi rostro una sonrisa simpática y les atiendo. Miro a la mujer que está intentando dormir al niño que se niega a cerrar sus ojos. La mujer obligándole a estar acostado empieza a cantarle suavemente una nana que conozco a la perfección.
—Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y se te llevará— la voz dulce de la mujer invita a quedarse dormido, pero el niño insiste en mantener los ojos abiertos. Al fondo de mi cabeza, empiezo a escuchar el susurro de la voz. Se acerca, ya viene y no lo voy a poder evitar. Sin dejar de sonreír me alejo, dejo el pedido en la cocina y entro al baño cerrando la puerta con pestillo.
Miro mi rostro en el espejo, mis ojos están muy abiertos y respiro rápida y entrecortadamente. Necesito mantener alejada esa voz que me atormenta y me persigue, esa que me obliga a hacer cosas que no quiero hacer. Abro el grifo y me humedezco el rostro con agua fría, aunque la temperatura aquí no es elevada la necesito para alejar la voz lo más rápido que pueda y lo más al fondo de mi cerebro. Dejo escapar un suspiro y miro de nuevo mi reflejo en el espejo, una sonrisa que antes no tenía en el rostro ahora está, mis ojos azules ahora están oscuros y son totalmente negros. En ese instante lo sé, esta vez la voz que escucho es la mía no la suya.
—Mala suerte Gabriel, por las noches me toca a mí salir a dar un paseo. Adoro a los niños que no quieren dormir, los que no quieren soñar merecen vivir una pesadilla— una risa oscura y malvada sale del fondo de mi garganta. Ahora no es mi garganta ni mi cuerpo, ahora es el suyo. Yo he pasado a ser la simple voz del fondo del cerebro.  
— ¡Detente por favor! no lo hagas…— intento gritarle a esa voz que ahora es dueña de mi cuerpo.
— ¡Cállate!— siento como soy lanzado hasta el fondo de un lugar oscuro no sé si es el subconsciente o simplemente el rincón de mi mente donde lo olvido todo, solo sé que ya no soy dueño ni de mi cuerpo ni de mi mente…
***
Entro a la cocina de nuevo, el idiota del jefe de Gabriel me mira con el ceño fruncido, ve algo en mí que le indica que no debe hacerse mi enemigo o le irá muy mal. Cojo el enorme cuchillo que utiliza para cortar la carne, está tan afilado que es capaz de despedazar un animal haciendo astillas todos sus huesos. Las comisuras de mis labios se curvan, imaginar el rojo de la sangre incrementa mi buen humor.
Lo dejo en un lugar seguro, un lugar donde luego lo puedo venir a buscar. Salgo al comedor y miro a mi alrededor, tantas personas y tantas posibles víctimas. Ahora la voz de Gabriel no me molesta, es tan estúpido que se deja intimidar con gran facilidad.
Paso mi oscura mirada por todas y cada una de las personas que hay aquí esta noche, memorizo sus rostros tranquilos y sin temer a la oscuridad. Son unos ingenuos, deben temer a aquello que no pueden ver y por las noches, entre las sombras y la oscuridad, no se ve nada.
—Gabriel, ve a esa mesa a llevarles la cuenta— la chica rubia de la barra me hace perder el hilo de mis pensamientos. Me vuelvo hacia ella que se sobresalta cuando ve mi rostro. Sí, no soy Gabriel. Por suerte no creo que se haya dado cuenta de eso, solo piensa en el dinero que va a ganar trabajando aquí para poderse comprar esos caros zapatos que tanto le gustan. La avaricia siempre pierde a las personas, el querer tener más posesiones materiales y no valorar lo importante que no se puede tocar pero sí ver, no valorar los sueños que tienen. Por eso me gusta castigar a los que no quieren soñar haciéndoles vivir una pesadilla y esa pesadilla, lo que más temen en el mundo… soy yo.
—Por supuesto— cojo el pequeño papel y lo llevo a la mesa. Hay una niña dormida, en cambio el niño se niega a dormir—. La cuenta— digo tendiéndole el papel al hombre. Saca la cartera y deposita un billete encima de la cuenta. Ni siquiera me mira, ignora todo a su alrededor. En cambio, el niño sí me mira atentamente. Yo le miro de la misma manera y me acerco a él—. ¿No tienes sueño?
—No   quiero dormir.
—El coco te llevará si no eres buen chico y duermes— digo suavemente intentando que mi voz no suene como realmente es, oscura y tenebrosa.
—No creo en el coco porque soy mayor, tengo seis años. Eso es una mentira— sonrío sin poderlo evitar. Las personas no creen en las leyendas, no creen en lo que no pueden ver o a veces creen en las cosas equivocadas. Esta noche será muy larga e interesante para mí.
La familia sale del restaurante, miro a mi alrededor y toda la gente se ha ido. Cansados de esta maldita festividad que cada año solamente les trae desgracias.
Entro a la cocina, cojo el cuchillo que había dejado previamente y me dirijo hacia la puerta trasera. La oscuridad es mi aliada, mi libertad y mi fiel amiga. Voy por la ciudad sin un rumbo fijo, realmente sí que sé dónde voy a ir pero tengo que esperar. A mis oídos llega la nana que tantas veces he escuchado, esa que hace hervir mi sangre.
“Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y se te llevará”
Cambio de rumbo rápidamente, sigo la voz que ha llegado a mis oídos y ahí está. Por la ventana veo a una pequeña niña haciéndose la dormida pero con intención de quedarse despierta para poder jugar. Eso no se hace pequeña. Cuando la oscuridad invade su habitación me deslizo silenciosamente por la ventana, antes de que pueda reaccionar, la niña me está mirando y mi sonrisa se hace más grande. Ella abre los ojos asustada pero ahora es demasiado tarde… ya te tengo entre mis manos.
Al mirarme a los ojos fijamente, los suyos se cierran lentamente. La tomo entre mis brazos y entre la oscuridad me pierdo con ella. A medida que avanza la noche, los niños que van cayendo en mis manos van aumentando.
Vuelvo a retomar mi camino hacia donde debo ir, por fin la oscuridad rodea la casa. Entro por la ventana y subo a la planta de arriba. De inmediato veo la habitación del pequeño niño que no teme al Coco. No cree en las fantasías ni en las pesadillas pero yo le voy a demostrar lo equivocado que está.
El niño me mira sorprendido pero no asustado, eso hace que la necesidad de tenerlo en mi poder sea mayor.
— ¿Quién eres?— pregunta mientras me acerco a él.
—Soy el Coco y he venido a llevarte conmigo— nos miramos a los ojos fijamente y al igual que la niña, los suyos se cierran dejándolo completamente indefenso entre mis manos.

Abro la puerta del cobertizo de Gabriel, este tipo es demasiado ordenado para mi gusto. Dejo el cuerpo del niño al lado del de la niña y otros pequeños que se han negado a dormir esta noche. Todos están inconscientes gracias a que he podido entrar en sus mentes.
Saco el cuchillo que he tomado prestado del restaurante y empiezo a mirar a los pequeños fijamente decidiendo quién va a ser el primero. Les dejo ir despertándose lentamente, el primero en abrir los ojos me mira y sin más dejo que la hoja afilada del cuchillo penetre en su cuello, la sangre me salpica y yo sonrío satisfecho, esto es lo que hago y lo que necesito para sobrevivir.
Uno a uno van despertando y asustados, mirándome se dan cuenta de lo que sucede. El miedo, la impotencia y ser su peor pesadilla me da vida y poder.
El suelo de madera se va empapando de sangre fresca, los cinco niños que yacen muertos a mis pies empiezan a perder su calor. Respiro profundamente dejando que el olor a sangre y muerte invada mi cuerpo. Es la sensación más reconfortante que conozco.
Solo queda un niño, el que no le teme al Coco y no cree en esas cosas. Voy a disfrutar enormemente con él porque va a conocer realmente al hombre en la oscuridad, al Coco.
Abre sus ojos verdes y me mira, mira a su alrededor y se asusta.
—Quiero irme a mi casa.
—Mira bien a tu alrededor, ahora está será tu casa.
Y con una sonrisa, el cuchillo empieza a pasar por la piel del pequeño rasgando todo a su paso. El cuerpo muerto cae sobre los otros. Ahora sí, seis cuerpos sin vida están a mis pies, la sangre inunda el lugar y yo sonrío satisfecho por mi obra.
Como cada noche, salgo a por los infantes que no quieren dormir invocado por el canto de los adultos. Ellos me dan la vida y yo se la quito.
Los primeros rayos de sol empiezan a entrar por la ventana, la oscuridad me ha abandonado y tengo que dejar regresar a Gabriel. Nadie dudará del bueno de Gabriel, el joven solidario y simpático que ayuda a todos. Es un ser frágil del que me he podido adueñar sin dificultad, no sabe ni quién soy en realidad y nunca lo sabrá. Yo soy aquél al que llaman el Coco, que todos los niños temen y que los mayores invocan sin darse cuenta.
Entono la nana que me cantan mientras paso mi mirada nuevamente por el suelo empapado de sangre, todavía está caliente y los cuerpos de los niños se enfrían lentamente. Sonrío y me regodeo en mi triunfo.
—Duérmete niño, duérmete ya, que viene el Coco y se te llevará…
Nunca sabrán que ha ocurrido con estos niños, nunca sabrán que sucedió esta noche al igual que tantas otras y, esta pesadilla no ha hecho más que empezar. 

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