
Unos creen en el
cielo, otros en el infierno. Hay quién cree en un Dios o incluso en una vida
después de la muerte.
Pero no hay forma de
saber qué hay cuando llega el fin ¿o sí?
***
Las paredes blancas ya son tan conocidas por mí que
prácticamente las siento como mi casa. El olor a hospital ya no me hace
estremecer, simplemente me he acostumbrado. Paseo por estos largos pasillos
llenos de carritos con diferente material médico. Juraría que conozco a todos
los trabajadores, tanto médicos como enfermeras y el resto de personal del
hospital.
Me acerco a la habitación a la que tanto he intentado no
venir. Pero llegados a este punto ya no
hay marcha atrás. Nadia Gómez a sus solo dieciséis años ha pasado más tiempo en
este hospital que en su casa, eso es lo que tenemos en común. Este lugar es
nuestra segunda casa.
Su corazón siempre ha sido débil, desde que respiró por
primera vez en este mundo y estalló en un horrible llanto. De repente dejó de
llorar y los médicos temieron por su vida. Ahí fue donde le diagnosticaron
problemas en el corazón. Su ritmo cardíaco no es normal, para no sentirse mal,
ella misma dice que su corazón late enamorado constantemente. Pero eso le
provoca ataques de ansiedad y nerviosismo. Esta parte prefiere callarla para no
asustar a sus padres, ellos son las únicas personas que están a su
alrededor.
Veo acercarse al médico que la ha atendido durante toda
la vida, su pelo blanco y sus gafas redondas le hacen diferente al resto. Su
ceño está fruncido y como siempre va leyendo una carpeta de historial médico.
Sé perfectamente de quién se trata pues en el dorso de la carpeta hay una
etiqueta con el nombre del paciente: Nadia Gómez. El rostro del médico no
parece esperanzador, la enfermera que sale de la habitación de Nadia le mira a
los ojos y veo como él niega con la cabeza. No puede ser, parece que esta vez
no hay esperanza para ella.
Las tripas se me revuelven solamente de pensarlo.
Siguiendo al médico me acerco a la puerta, está entre abierta y veo como ella
está dormida. Parece tranquila, su cabello castaño cae como una cascada sobre
la almohada. No puedo ver sus ojos castaños, cuando los ilumina la luz del sol
parecen miel pero aquí dentro el sol entra poco. La luz artificial lo único que
consigue es apagarlos.
No puedo evitar escuchar lo que el médico tiene que
decirles a los padres de Nadia.
—Doctor, ¿nos la podemos llevar a casa ya?— la madre
solamente quiere salir de este lugar que tantos malos recuerdos le trae.
—Lo siento pero creo que eso no va a ser posible. No les
traigo buenas noticias señores Gómez— la madre empieza a llorar y su marido la
abraza fuerte con los ojos empañados en lágrimas.
— ¿Qué ocurre? ¿Nadia está peor?
—Esta vez no creo que Nadia pase la noche. Su corazón se
ha debilitado mucho y después de aguantar dieciséis años ya no soportará una
operación más. Podemos arriesgarnos si ustedes así lo quieren pero hay muchas
posibilidades de que la perdamos en la mesa de operaciones—los ojos castaños de
Nadia se abren justo en ese momento. Mira al médico y a sus padres, pero luego
fija su mirada en mí. Sus ojos castaños
golpean con los míos verdes y de nuevo el estómago se me contrae. Nadie me
había mirado así jamás y siento muchas emociones agolpándose en mi interior.
—Nadia, ¿estás bien cariño?— pregunta su padre, haciendo
que nuestra conexión se rompa.
—Os he escuchado. No quiero operarme, llevo años
esperando esto. Estoy cansada de veros sufrir, de ver que no hay solución
y estamos alargando lo inevitable. Mi
corazón ya no aguanta más, dejemos que descanse tranquilo.
Sus padres la miran llenos de pena y tristeza, el médico
decide dejarles solos pues es lo mejor. Yo me alejo, necesito aire para poder
pensar.
Sin apenas darme cuenta estoy en la azotea del hospital,
el sol se está escondiendo para dejar que la luna ilumine las sombras de la
noche. Entre las que me encuentro yo, las conozco a todas. También están los
monstruos que aprovechan la noche para hacer sus fechorías y cumplir sus sueños
más perversos. Asesinos, maltratadores, violadores y la lista es muy larga.
Como viven en la noche, se esconden tras la oscuridad para que la muerte no les
alcance.
La rabia me invade al pensar en esas personas que merecen
morir más que ninguna otra, en cambio son los inocentes los que mueren. En un
accidente provocado por un conductor borracho, es la familia que ocupa el otro
vehículo quién muere. El borracho sale sano y salvo y normalmente sin recibir
ningún castigo. Si la justicia estuviese en mis manos…
Muevo la cabeza alejando esos pensamientos cuando antes,
no quiero cometer ninguna locura, no me lo puedo permitir. Nadia vuelve a mi
mente, la he visto siempre enferma. Ella no me ha visto a mí nunca pero siempre
he estado a su lado, cuando la veo me siento… diferente. No puedo creer que
vaya a dejar de existir, que nunca más la pueda volver a ver. Porque sin poderlo
evitar, me he enamorado de esa chica enfermiza que siempre intenta tener una
sonrisa en la boca. Ha luchado para que su corazón siguiera latiendo tantas
veces que he perdido la cuenta.
Hoy hay luna llena y algo me dice que esta noche
ocurrirán muchas cosas y no todas buenas por supuesto. Porque siempre hay una
de cal y otra de arena. Dejo escapar un
suspiro y vuelvo por los pasillos hasta la puerta de la habitación de Nadia.
Sus padres han ido a la cafetería así que aprovecho para entrar.
Tiene la vista fija en la luna, no hay lágrimas en sus
ojos. Está serena y tranquila. Se vuelve y me ve, de nuevo sus ojos impactan en
los míos y el estómago se me revuelve. Me acerco lentamente y acerco mi mano
para acariciar su rostro. Cuando lo hago ella cierra los ojos y posa su mano
sobre la mía.
El momento de la despedida se acerca, ambos lo sabemos. Vuelve
a abrir los ojos y me mira con una ligera sonrisa en los labios.
—Te veo— me dice en un susurro.
—Lo sé, ¿desde cuándo?— pregunto curioso. No sabía que me
había visto pero por la manera en la que lo ha dicho no es la primera vez que
se fija en mí.
—La primera vez fue cuando tenía seis años, justo en esta
misma habitación. Tú ya estabas aquí– aprieta mi mano y me sorprendo por todas
las veces que la he observado y acariciado sin saber que ella me había visto
antes. —¿Cuál es tu nombre?— tomo aire, ha llegado el momento.
—Death— sonríe abiertamente y se levanta de la cama sin
soltar mi mano.
—Has tardado demasiado en venir a buscarme. Te he
esperado durante tanto tiempo. Pero tengo miedo— acaricio su rostro y la acerco
a mí. Veo el miedo y todas las preguntas que tiene reflejados en sus ojos. Esos
que a la luz de la luna brillan más que nunca. Sin poderlo evitar la abrazo,
llevo años deseando hacerlo pero nunca me he atrevido porque sé lo que
significa.
—Tranquila, conmigo nada malo te pasará. Yo cuidaré de
ti— la tomo de la mano y sin más, estamos en la azotea mirando la luna llena.
La miro y ella me está mirando fijamente. No siente miedo por mí siente miedo
por no saber qué va a suceder. La incertidumbre provoca ese sentimiento en las
personas, pero es una valiente.
—Death, bésame— acaricio su rostro sin dejar de mirarla a
los ojos.
— ¿Estás segura?—asiente.
—Sí, quiero dejarme ir contigo. Ser libre por fin sin
preocuparme de mi corazón, ese que desde hace años te pertenece y estaba
esperando que vinieses a por él.
Junto mi frente con la de ella dejando escapar un
suspiro. Yo también he querido besar esos labios desde hace tanto tiempo que
casi he perdido la cuenta. Sus manos pasean por mi rostro apartándome la
capucha negra que siempre me cubre, pasa sus manos por mi pelo dorado y las
deja en mi cuello. Ha llegado el momento.
— ¿Qué hay al otro lado Death?
—Es algo que debes descubrir por ti misma, pero no te
preocupes. No pienso soltarte de la mano.
Y suavemente junto mis labios con los suyos. Una suave
brisa nos envuelve y la luna como siempre me acompaña en este camino. He dado
el beso de la muerte a la única persona que no lo merece, a la que no se lo
quería dar pero a la que después de tanto sufrimiento, le hacía falta.
Nos separamos lentamente y una enorme sonrisa ilumina su
rostro, tomo su mano y entrelazamos nuestros dedos. También sonrío cuando la
miro. Echando la vista atrás ahí está Nadia, en esa cama blanca de hospital.
Con el cabello castaño cayendo sobre la almohada. Parece dormida pero su
corazón ha dejado de latir aunque en su rostro hay una ligera sonrisa. En
cambio, la Nadia que yo tengo cogida de la mano es una persona libre con una
enorme sonrisa y dispuesta a descubrir que hay más allá.
Empezamos a andar hacia la brillante luz, con paso firme
y sabiendo que aunque muchas veces parezca el final solamente es el inicio de otra
cosa.
Venimos al mundo para irnos en algún momento, he
repartido besos a jóvenes, niños, ancianos y adultos. A personas buenas y
malas, a personas enfermas y sanas.
Pero siempre las tomo de la mano para acompañarlas a
descubrir que les espera al otro lado de la luz. Ese es mi trabajo, eso es lo
que soy. No soy un ángel de la guarda pero siempre te acompaño. No me tengas
miedo, no soy cruel al contrario amo a las personas y no les ofrezco un final,
les ofrezco la paz tomados de mi mano, porque yo… soy la muerte.
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