jueves, 18 de septiembre de 2014

Prefacio

Cojo el cuadro que acabo de comprar. Si mi padre me viera comprando arte en las calles de París se moriría de un ataque al corazón. Miro a mi alrededor y me siento en casa. Hay personas leyendo en las librerías ambulantes que hay alrededor del río Sena, otros se dedican a pintar o hacer fotografías de todo a su alrededor.
En un principio no tenía pensado quedarme mucho tiempo pero, está ciudad me ha hechizado por completo aunque solamente llevo aquí un par de días. Por suerte mi hermano Quique me convenció de hacer este viaje con mi otro hermano Carlos y Vanessa. Ellos están aquí por trabajo y yo estoy ansiosa de que Quique llegue esta noche de Valencia. Seguro que esta ciudad también le inspira para escribir sus novelas o desempolvar de nuevo su cámara de fotos. Creo que por eso mi hermano Carlos ha insistido tanto en que vengamos los dos.
Escucho las campanas sonar, marcan la hora. Miro mi reloj de pulsera, ese que acabo de comprar de una parada ambulante y que me ha enamorado a primera vista. Muchas personas dirán que no es bonito y que es vulgar pero lo bonito lo lleva dentro.  Es hora de comer así que voy dirección al otro lado del río Sena. Allí es donde mi hermano mayor ha quedado en esperarme para que comamos juntos, con un poco de suerte no tiene demasiado trabajo y podemos pasar un rato juntos.
Veo como los focos, las telas y las veinte personas con cables y cámaras invaden  gran parte de la calle. La sesión de fotos de la empresa de mi padre se iba a celebrar en la calle, cosa que acabo de descubrir. Me acerco y veo a varias modelos mirarme verdaderamente mal. Sí, mi aspecto no es como el de ellas pero yo lo sé y lo acepto. Soy como soy y eso no se puede cambiar. 
Todas se colocan para posar ignorándome, cosa a la que estoy totalmente acostumbrada. Entonces le veo, mis ojos quedan atrapados por unos ojos azules hermosos. Son los ojos más claros que he visto en mi vida y el chico es el más atractivo del mundo. Dudo sinceramente que sea real, tal vez me ha bajado la presión y me lo estoy imaginando. Es rubio, con el pelo ligeramente desordenado, un mentón masculino y una mirada penetrante. Me mira y enarca una ceja, a mí se me queda la saliva pegada a la garganta y tengo que toser para poder respirar tranquila. Las modelos que están posando con él me miran, me sonrojo y todos a mi alrededor empiezan a reír. El chico rubio también lo hace y sé que soy la causa de sus risas. Me volteo para salir corriendo de allí y veo mi imagen reflejada en el escaparate de una tienda de ropa carísima.

Eres horrible Alma, este no es tu lugar. Escondo mi rostro tras mi pelo castaño y con la mirada clavada en el suelo intento hacerme pequeña y desaparecer. Ojalá la tierra me trague o fuese invisible para que el dios rubio no me hubiese visto y no se hubiese reído de mí. Por muy lejos que me vaya, esto nunca va a cambiar. 

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