jueves, 18 de septiembre de 2014

Prólogo

Nos damos la mano después de haber cerrado el trato. Sin duda Nueva York tiene bastante encanto, pero prefiero Londres donde soy el dueño y señor de todo.
—Vayamos a tomar una copa, hace mucho que no nos reuníamos aquí en Nueva York y debo mostrarte bien los encantos nocturnos de la ciudad— mi amigo, con el que he hecho algunos negocios y he ganado bastante dinero negro golpea mi hombro.
—Te tomo la palabra, espero que haya buenas mujeres en esta ciudad. Mis hombres necesitan recuperar fuerzas…—como hombres que somos nos entendemos. Con un movimiento de cabeza, su mano derecha hace que mis hombres le sigan, seguro van a pasar una noche de lo más interesante. Mi amigo Anderson le hace un gesto a la chica rubia que siempre le acompaña y esta se retira. Es guapa pero demasiado malcarada para mí.
—Vamos, la zona sur de la ciudad a estas horas está bastante divertida—subimos a su deportivo y nos dirigimos hacia un buen lugar para tomar una copa. O eso espero, mi amigo tiene buen gusto.
—Te conozco Anderson, y te noto extraño.
—He conocido a alguien, no te puedo decir más porque ni yo mismo sé lo que me está pasando. Hemos llegado.
Nos bajamos del coche y entramos en un lugar lleno de mujeres y con poca luz. Me gusta porque me recuerda a los locales de Londres, mi tierra.
Nos sentamos en unos sillones y ambos pedimos lo mismo, un vaso de Whisky del mejor que tengan. Mientras lo bebemos hablamos de negocios.
—Ten cuidado con los alemanes, he escuchado rumores de que van detrás de tu trasero—suelto una risotada.
—Tranquilo amigo, sé cuidar mi culo y tengo unos hombres muy bien entrenados. Los alemanes no pisarán suelo londinense sin que yo me entere.
—Brindo por ello entonces.
Después de tomar una copa más, decidimos dar por terminada la noche. Le he preguntado varias veces por esa persona que ha conocido y solo he conseguido sacarle que es una mujer. Ellas son la perdición de todo hombre. Por suerte para mí, no tengo corazón así que ninguna conseguirá llegar a él. Nunca voy a ser un pelele ni mucho menos el títere de una mujer.
—David, nunca digas nunca o puede que algún día te tragues tus palabras— la calle está completamente a oscuras. Empiezo a notar movimientos extraños entre las sombras, ambos nos miramos y sé que él también lo ha notado.
Dejamos su coche atrás y caminamos hacia un callejón, llevamos muchos años metidos en esto y sabemos que nos están siguiendo. Cuando giramos en una esquina un balazo casi nos da de lleno, entonces empieza la verdadera fiesta.
Sacamos nuestras pistolas y las empuñamos con firmeza, los que se escondían entre  las sombras empiezan a salir de sus escondites. Son unos diez y nosotros solamente dos. Se acercan rápidamente y nosotros pegamos nuestras espaldas, algunas veces nos hemos enfrentado por negocios pero nos consideramos amigos en estos momentos y nos defendemos.
—A tu izquierda— le grito y él haciendo gala de su buena puntería hace caer a uno de nuestros atacantes. Empiezan a retroceder, son bastante gallinas.
Nos miramos y con una sonrisa decidimos ir a por ellos, nos han atacado así que debemos exterminarles para que no lo vuelvan a intentar.
Empiezan a dispararnos, consigo esconderme detrás de un coche. Mi amigo dispara y da justo en el blanco.  Apunto al que tengo justo en frente pero él también me apunta, ambos apretamos el gatillo al mismo tiempo y siento la bala rozar mi brazo. Él no siente la mía porque le ha travesado el pecho.
— ¿Estás bien?— oigo la voz de mi amigo, le miro y asiento. Debemos terminar con esto antes de que la gente empiece a salir de los locales. Esto será una verdadera matanza.
Miro mi camisa blanca manchada y me cabreo muchísimo, nadie me hiere y se va de rositas. Me levanto dejando que mi instinto y la rabia actúen por mí, apunto y disparo sin pensarlo repetidas veces hasta que no me quedan balas.
Un hombre de negro se acerca a mí, él tampoco tiene munición así que ha llegado el momento del cuerpo a cuerpo. Lanza un puñetazo que casi consigue golpearme pero he sido más rápido y le he propinado uno en el estómago. Cae al suelo y mi amigo le coge por el cabello levantando su rostro.
— ¿Quién te manda?— vaya, parece que Anderson está muy cabreado.
—Nadie— susurra con voz temblorosa. Le tiendo la mano a mi amigo y él me da su arma. Le apunto directamente a la cabeza.
—Respuesta incorrecta— empiezo a acercar mi dedo índice al gatillo y el hombre que tengo delante abre los ojos asustado.
—Danos el nombre, ¡ahora!
—Götz, ha sido él. Quiere quedarse con la mafia londinense y la neoyorquina.
Nos miramos y ambos sabemos lo que va a pasar a continuación.
—Gracias por la información pero te has equivocado de bando— sin más aprieto el gatillo y le vuelo los sesos.
Miro el cuerpo que tengo a mis pies, acabo de confirmar que no tengo corazón.
—Te lo dije, el alemán va a por ti.
—Ha intentado matarte también.
—Voy a dejar esto en algún momento, no sé como pero lo conseguiré.
— ¿Por qué? Eres dueño de Nueva York y ganas más dinero del que puedes soñar—miro a mi amigo sin saber a qué viene esa confesión.
—Por ella, no puedo estar con ella mientras me dedique a esto. Es demasiado buena— ¿Por una mujer? No puede ser, mi amigo ha perdido la cabeza—Creo que me he enamorado David o al menos estoy en ello.
—El amor es una gilipollez Alan y no existe— doy media vuelta y me dirijo hacia su coche mientras marco a mis hombres para que limpien todo este estropicio. Sonrío para mis adentros, no hay mujer que pueda descongelar mi corazón y nunca la habrá.
***
En ese mismo momento, en Madrid (España)
—Adiós chicas, no os preocupéis. Yo cierro la tienda— me despido de mis compañeras y empiezo a recoger mis cosas. Hoy me toca a mí cerrar la tienda de ropa. Es viernes por la noche y no tengo ningún plan, no es raro la verdad, mi vida social brilla por su ausencia. Según mis compañeras y amigas, por eso no tengo novio.
Niego con la cabeza y salgo de la tienda echando el cierre a mis espaldas. Hace una noche cálida y estrellada, hoy la luna parece una enorme sonrisa y me encanta. Sonrío y miro a mi alrededor, grupos de amigos y parejas pasean o toman algo.
Llego a casa y dejo mis cosas en el sofá, suelto mi pelo que lo tenía recogido en una coleta alta y salgo al pequeño balcón. Miro la luna y siento que la puedo alcanzar con los dedos.

— ¿Existirá ese hombre que me haga sentir viva?— me quedo en silencio y me río de mí misma. No digas tonterías Laura, si existiera lo hubieras encontrado. Vuelvo a mirar la luna y pienso que ese hombre solo tiene que tener una bonita sonrisa, una sonrisa traviesa que me haga perder la respiración. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario