Nos damos la mano después de haber cerrado el trato. Sin
duda Nueva York tiene bastante encanto, pero prefiero Londres donde soy el
dueño y señor de todo.
—Vayamos a tomar una copa, hace mucho que no nos
reuníamos aquí en Nueva York y debo mostrarte bien los encantos nocturnos de la
ciudad— mi amigo, con el que he hecho algunos negocios y he ganado bastante
dinero negro golpea mi hombro.
—Te tomo la palabra, espero que haya buenas mujeres en
esta ciudad. Mis hombres necesitan recuperar fuerzas…—como hombres que somos
nos entendemos. Con un movimiento de cabeza, su mano derecha hace que mis
hombres le sigan, seguro van a pasar una noche de lo más interesante. Mi amigo
Anderson le hace un gesto a la chica rubia que siempre le acompaña y esta se
retira. Es guapa pero demasiado malcarada para mí.
—Vamos, la zona sur de la ciudad a estas horas está
bastante divertida—subimos a su deportivo y nos dirigimos hacia un buen lugar
para tomar una copa. O eso espero, mi amigo tiene buen gusto.
—Te conozco Anderson, y te noto extraño.
—He conocido a alguien, no te puedo decir más porque ni
yo mismo sé lo que me está pasando. Hemos llegado.
Nos bajamos del coche y entramos en un lugar lleno de
mujeres y con poca luz. Me gusta porque me recuerda a los locales de Londres,
mi tierra.
Nos sentamos en unos sillones y ambos pedimos lo mismo,
un vaso de Whisky del mejor que tengan. Mientras lo bebemos hablamos de
negocios.
—Ten cuidado con los alemanes, he escuchado rumores de
que van detrás de tu trasero—suelto una risotada.
—Tranquilo amigo, sé cuidar mi culo y tengo unos hombres
muy bien entrenados. Los alemanes no pisarán suelo londinense sin que yo me
entere.
—Brindo por ello entonces.
Después de tomar una copa más, decidimos dar por
terminada la noche. Le he preguntado varias veces por esa persona que ha
conocido y solo he conseguido sacarle que es una mujer. Ellas son la perdición
de todo hombre. Por suerte para mí, no tengo corazón así que ninguna conseguirá
llegar a él. Nunca voy a ser un pelele ni mucho menos el títere de una mujer.
—David, nunca digas nunca o puede que algún día te
tragues tus palabras— la calle está completamente a oscuras. Empiezo a notar
movimientos extraños entre las sombras, ambos nos miramos y sé que él también
lo ha notado.
Dejamos su coche atrás y caminamos hacia un callejón,
llevamos muchos años metidos en esto y sabemos que nos están siguiendo. Cuando
giramos en una esquina un balazo casi nos da de lleno, entonces empieza la
verdadera fiesta.
Sacamos nuestras pistolas y las empuñamos con firmeza,
los que se escondían entre las sombras
empiezan a salir de sus escondites. Son unos diez y nosotros solamente dos. Se
acercan rápidamente y nosotros pegamos nuestras espaldas, algunas veces nos
hemos enfrentado por negocios pero nos consideramos amigos en estos momentos y
nos defendemos.
—A tu izquierda— le grito y él haciendo gala de su buena
puntería hace caer a uno de nuestros atacantes. Empiezan a retroceder, son
bastante gallinas.
Nos miramos y con una sonrisa decidimos ir a por ellos,
nos han atacado así que debemos exterminarles para que no lo vuelvan a
intentar.
Empiezan a dispararnos, consigo esconderme detrás de un
coche. Mi amigo dispara y da justo en el blanco. Apunto al que tengo justo en frente pero él
también me apunta, ambos apretamos el gatillo al mismo tiempo y siento la bala
rozar mi brazo. Él no siente la mía porque le ha travesado el pecho.
— ¿Estás bien?— oigo la voz de mi amigo, le miro y
asiento. Debemos terminar con esto antes de que la gente empiece a salir de los
locales. Esto será una verdadera matanza.
Miro mi camisa blanca manchada y me cabreo muchísimo,
nadie me hiere y se va de rositas. Me levanto dejando que mi instinto y la
rabia actúen por mí, apunto y disparo sin pensarlo repetidas veces hasta que no
me quedan balas.
Un hombre de negro se acerca a mí, él tampoco tiene
munición así que ha llegado el momento del cuerpo a cuerpo. Lanza un puñetazo
que casi consigue golpearme pero he sido más rápido y le he propinado uno en el
estómago. Cae al suelo y mi amigo le coge por el cabello levantando su rostro.
— ¿Quién te manda?— vaya, parece que Anderson está muy
cabreado.
—Nadie— susurra con voz temblorosa. Le tiendo la mano a
mi amigo y él me da su arma. Le apunto directamente a la cabeza.
—Respuesta incorrecta— empiezo a acercar mi dedo índice
al gatillo y el hombre que tengo delante abre los ojos asustado.
—Danos el nombre, ¡ahora!
—Götz, ha sido él. Quiere quedarse con la mafia
londinense y la neoyorquina.
Nos miramos y ambos sabemos lo que va a pasar a
continuación.
—Gracias por la información pero te has equivocado de
bando— sin más aprieto el gatillo y le vuelo los sesos.
Miro el cuerpo que tengo a mis pies, acabo de confirmar
que no tengo corazón.
—Te lo dije, el alemán va a por ti.
—Ha intentado matarte también.
—Voy a dejar esto en algún momento, no sé como pero lo
conseguiré.
— ¿Por qué? Eres dueño de Nueva York y ganas más dinero
del que puedes soñar—miro a mi amigo sin saber a qué viene esa confesión.
—Por ella, no puedo estar con ella mientras me dedique a
esto. Es demasiado buena— ¿Por una mujer? No puede ser, mi amigo ha perdido la
cabeza—Creo que me he enamorado David o al menos estoy en ello.
—El amor es una gilipollez Alan y no existe— doy media
vuelta y me dirijo hacia su coche mientras marco a mis hombres para que limpien
todo este estropicio. Sonrío para mis adentros, no hay mujer que pueda
descongelar mi corazón y nunca la habrá.
***
En ese mismo momento, en Madrid (España)
—Adiós chicas, no os preocupéis. Yo cierro la tienda— me
despido de mis compañeras y empiezo a recoger mis cosas. Hoy me toca a mí
cerrar la tienda de ropa. Es viernes por la noche y no tengo ningún plan, no es
raro la verdad, mi vida social brilla por su ausencia. Según mis compañeras y
amigas, por eso no tengo novio.
Niego con la cabeza y salgo de la tienda echando el
cierre a mis espaldas. Hace una noche cálida y estrellada, hoy la luna parece
una enorme sonrisa y me encanta. Sonrío y miro a mi alrededor, grupos de amigos
y parejas pasean o toman algo.
Llego a casa y dejo mis cosas en el sofá, suelto mi pelo
que lo tenía recogido en una coleta alta y salgo al pequeño balcón. Miro la
luna y siento que la puedo alcanzar con los dedos.
— ¿Existirá ese hombre que me haga sentir viva?— me quedo
en silencio y me río de mí misma. No digas tonterías Laura, si existiera lo
hubieras encontrado. Vuelvo a mirar la luna y pienso que ese hombre solo tiene
que tener una bonita sonrisa, una sonrisa traviesa que me haga perder la
respiración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario