Vlad Draculea
Siglo XV
Miro desde lo alto de la torre de mi castillo, “El
castillo de Poenari” todas las tierras que fueron mías. Deberían seguir
siéndolo pero a ojos del mundo, estoy muerto. En verdad sí lo estoy, mi corazón
no late, mi piel está fría y mi sed de sangre es insaciable.
Aquí en Rumanía sigo siendo alguien respetado hasta
después de la muerte, soy el príncipe Vlad le pese a quién le pese.
El sol ya casi se ha puesto y por fin voy a poder salir
de estas murallas. Lo peor de todo es que el pueblo está lejos pero en mi
condición llegaré rápido sin dificultad alguna.
Antes de que se abra la puerta ya sé quién está aquí. Mi
fiel Alin ha llegado con sangre fresca. Siento el líquido acumularse en mi
boca, los colmillos ya están en posición de ataque y sé que mis ojos oscuros
ahora son más rojos que la propia sangre. El latido acelerado de la joven que
le acompaña llega a mis oídos, sonrío sabiendo lo que va a suceder.
Me vuelvo lentamente para darle la bienvenida a mi invitada,
ésta se queda boquiabierta al verme y reconocerme.
—Señor, la damisela se había perdido en la montaña —Alin
me sonríe y se retira dejándonos solos. Es mi fiel compañero pero prefiere no
ver mis matanzas.
—Acérquese querida, debe haberse asustado mucho perdida
de noche en la montaña. Y está lejos de Transilvania, ¿buscaba algo? —le tiendo
la mano y le sonrío, la miro a los ojos y ella se sonroja. La sangre empieza a
circular más rápidamente por todo su organismo y la boca se me hace agua. Ella
agacha la cabeza y se acerca a mí, dubitativa toma mi mano.
—Príncipe Vlad, todos le creíamos muerto —su dulce voz es
apenas un susurro pero gracias a mi gran oído lo he podido escuchar. Sonrío y
tomo su barbilla entre mis manos para obligarla a mirarme.
—Hay secretos que es mejor no desvelar joven muchacha.
¿Cuál es vuestro nombre? —ciertamente no me interesa, pero poder llamar a mis
víctimas por su nombre mientras estas sucumben ante mí me proporciona cierto
poder y placer que disfruto enormemente.
—Ileana señor, para servirle —me gusta cómo suena eso. La
rodeo lentamente mientras ella se queda como una estatua. Veo como su yugular
palpita y mi sed de sangre aumenta. Me acerco a su oído para susurrarle, toda
su piel se eriza y sé que la tengo totalmente hechizada.
—Mujer de gran belleza —digo el significado de su nombre
y soy consciente de que cierra los ojos. Me pongo de nuevo frente a ella y paso
mi mano por su nuca apartando el pelo que está en mi camino. —Una pena, la
muerte siempre se lleva a las más hermosas —clavo mis colmillos en su yugular y
absorbo su sangre disfrutando de cada gota. Grita e intenta liberarse de mi
agarre pero le es imposible, en pocos minutos deja de resistirse y su cuerpo se
vuelve flácido cual muñeca de trapo. Succiono hasta que no queda sangre en su
cuerpo y la tiro al suelo. La observo con una enorme sonrisa, me siento
revitalizado.
— ¡Alin! Ven y llévatela de aquí —mi fiel sirviente entra
y recoge el cuerpo de la muchacha. Se lo lleva y yo decido salir a dar una
vuelta por los alrededores, tal vez hay más sangre fresca por ahí.
Siglo XVII (dos
siglos más tarde)
Vuelvo a mirar por la ventana de la torre más alta de mi
castillo, es la misma historia de siempre. Estoy harto, cansado de “vivir”
sumido en esta oscuridad durante siglos. Lo peor de todo es que esta agonía no
va a terminar nunca.
Hace días que no me alimento, por desgracia la gente del
pueblo teme a los “nosferatus”, llamados más comúnmente los no muertos. Yo soy
uno de ellos y ahora me tengo que mantener escondido como el cruel asesino que
soy. No me avergüenzo de serlo pero sí me arrepiento de no haber matado a la
bruja que me maldijo. Me reí de su maldición de oscuridad eterna creyendo que
el mundo era ya bastante oscuro pero me equivoqué.
—Señor, ¿necesita algo? —Alin tan fiel como siempre. Él
no es un “nosferatu”, pero también está maldito a acompañarme y vagar conmigo
eternamente. ¿Su crimen? Apoyarme para exterminar pueblos enteros de turcos,
clavarlos en esas estacas y observar como morían de forma lenta y agónica era
algo exquisito. La guerra que Vlad Draculea nunca perdía era la psicológica.
—Luz Alin, pero eso es algo que no voy a obtener nunca a
no ser que pretenda morir. Esa maldita bruja nos maldijo por crueles y
despiadados, debimos haberla descuartizado cuando tuvimos ocasión.
—No se debe jugar con las brujas señor, ellas son los
seres más poderosos que existen —suelto una carcajada al escuchar sus palabras.
—Ya no querido amigo, ahora yo soy el ser más poderoso
que existe gracias a ellas. Necesito una forma de volver a encontrarme con ella
y matarla. Al menos me quedaré satisfecho —mi sirviente niega con la cabeza. Sé
que no me ayudará a matar a ninguna bruja porque después de la maldición les
tiene mucho respeto. Pero al menos me conseguirá jóvenes de las que alimentarme
y fortalecerme.
— ¿Qué tiene en mente señor?
—Prepáralo todo Alin, nos vamos a visitar a una persona
importante en Transilvania —sé que no me entiende pero pronto lo hará. Cuando
la bruja vea que utilizo esto que me hizo como algo a mi favor aparecerá para
detenerme y entonces… la mataré.
Tan pronto como cae la noche, salimos del castillo rumbo
Transilvania, allí está mi próxima víctima. Llegamos al castillo y Alin me mira
son entender qué hacemos aquí.
Desde donde estamos escuchamos perfectamente los gritos
de Elizabeth Bathory, más conocida como “la Condesa Sangrienta”. Miro a Alin y
le sonrío.
—Espérame aquí, ahora vuelvo. Voy a saludar a la condesa
—me esfumo delante de sus ojos y aparezco en la habitación donde la pobre
Elizabeth grita como una loca que la saquen de este encierro al que la han
sometido por sus crímenes. Esta mujer es más despiadada que yo, ha sido capaz
de matar a cientos de mujeres vírgenes para bañarse con su sangre. Es una
asesina despiadada y por eso la he escogido.
— ¡Dejadme salir! Necesito sangre fresca o envejeceré.
¡Malditos! —me acerco a la condesa y cuando nota mi presencia se gira
rápidamente hacia mí. — ¿Quién es usted? ¿Ha venido a sacarme de este encierro?
—Sí, pero no solamente te voy a sacar de aquí Elizabeth,
te voy a regalar lo que más deseas, la juventud eterna —ella sonríe y se acerca
a mí sin temor. Mis ojos se vuelven rojos por la sed y ella me mira sonriente.
Sospecha lo que soy y no teme, sin duda ella es más monstruo que yo.
— ¿Quién eres?
—Vlad Draculea, o como me suelen llamar los aldeanos,
Drácula —asiente y me rodea sin dejar de sonreír.
—Entonces ambos compartimos la sed de sangre, somos
monstruos.
—Sí, pero gracias a mí, tú saldrás de aquí —sin darle
tiempo a reaccionar la tomo fuerte del cuello y clavo mis colmillos en su
yugular. No grita, sonríe y disfruta viendo como yo bebo toda su sangre. Cuando
su cuerpo se queda sin una gota y su corazón está a punto de detenerse, me
muerdo la muñeca y le doy a beber mi sangre. Succiona como si no hubiese mañana
y en unos instantes ya no seré el único que vive entre las sombras y que
atemoriza al mundo entero. La suelto y me siento en el enorme sillón verde
mientras limpio mis labios. Ella yace muerta en el suelo hasta que abre los
ojos nuevamente. Sus pupilas son rojas y los colmillos asoman por sus labios.
—Bienvenida al mundo de los nosferatus Elizabeth —me mira
y se acaricia la garganta, tiene sed. Abro la puerta y le muestro la salida del
castillo, ahora tiene la fuerza suficiente para romper cualquier tipo de
barrera.
Se levanta y sale disparada hacia el pueblo, escucho los
gritos de la gente mientras ella desgarra sus gargantas. No hace diferencia
entre mujeres y niños, cualquiera que se cruce en su camino correrá con la
misma suerte que el resto.
Alin me mira sorprendido, no puede creer lo que acabo de
hacer. He desatado un verdadero demonio pero no me importa, ahora estoy seguro
de que la bruja aparecerá.
—Volvamos al castillo —nos damos la vuelta y entonces la
veo, frente a mí cubierta por su capa azul marino con bordado en plata aparece
ella, la bruja que me maldijo con la noche eterna por ser cruel y despiadado
alejándome hasta de la mujer que amé y amo más que a mi vida.
—Has cometido un terrible error Draculea, no puedes crear
más monstruos como tú —me acerco lentamente y veo a mi sirviente negar con la
cabeza.
—El error lo cometiste tú al hechizarme, bruja —la rodeo
y sin que ella se lo espere atravieso su pecho con mi puño. Alcanzo su corazón
y lo aprieto. La miro a los ojos mientras su sangre resbala por mi brazo,
sonrío y ella me mira fijamente. Sus ojos se vuelven blancos y yo dejo de
sonreír, algo no va bien, debería haber muerto ya.
—Podrás matarme Vlad, sabía a lo que venía antes de que
decidieras convertir a Bathory. Pero escúchame porque tu maldición no hace más
que empezar.
—Una vez muerta, tu magia desaparece y tus maldiciones
también.
—No exactamente, yo te maldigo Vlad Draculea. No
solamente a la oscuridad eterna sino a enamorarte de la única persona capaz de
destruirte y la oscuridad dejará de ser tu condena porque quedarás encadenado a
sus ojos verdes, para siempre —suelta su último aliento y su cuerpo sin vida
cae a mis pies. Tengo su corazón entre mis manos, lo lanzo y sonrío. Por todos
es sabido que cuando la bruja muere sus hechizos desaparecen.
—Señor, el sol está saliendo —miro a Alin y le sonrío.
—Hoy ha terminado nuestra maldición. La bruja está muerta
y podremos retomar nuestras vidas. Tengo que encontrar a mi esposa, juramos
amarnos por toda la eternidad y sé que ella anda por alguna parte del mundo
—doy un paso adelante, escapando de las sombras. Para comprobar que la
maldición ha desaparecido. Estiro la mano para que la luz del sol la bañe,
sonrío con satisfacción pero de repente empiezo a sentir que me quema, una
llama aparece en mi mano y tengo que apartarme rápidamente. Vuelvo a la
oscuridad y miro el cuerpo de la bruja.
— ¡No! —grito frustrado, porque nunca seré capaz de
deshacerme de la oscuridad.
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